viernes, 21 de noviembre de 2008

Memorias de un día cómo tantos otros...

Estoy sentada en uno de los tres bancos que disfrutan de la sombra de ese árbol cuyo nombre me es desconocido, junto a una amiga, escuchando una canción que no me gusta precisamente.
¿A quién se le ocurre poner esta cosa, cuándo sabe qué la odio?
Mi compañera está charlando sobre la salida que planeaba hacer esta tarde al centro, quejándose de que los padres de sus invitadas no les permitiesen ir. Esos comentarios me entran, pero no replico nada. Sé que lo que diré sonará demasiado sensato, y que de todas maneras me mandarán callar la boca, cómo siempre.
Las palabras de una empollona no importan para una chica guay...
La chica de enfrente, que juega con su mP4, se levanta y me pregunta si la puedo acompañar a la cafetería a comprarse un trozo de pizza, precisando que tiene el dinero justo. Entiendo la indirecta de que no me quiere invitar, por que sé que tiene más de dos euros; pero si se lo digo, seguramente me contestará que me traiga mi propio dinero, cómo siempre.
Me prometo cada día que lo hago de no invitarla, en vano...
Volvemos media hora más tarde, después de que haya engullido su compra, ido a mirar su querido admirado lejano y que me cuente todos sus pesares. Lo típico: si él le ha mirado, si le ha dicho no sé cuantas cosas por messenger...Ah, no, había una novedad. Le había recomendado de subirse los pantalones y afeitarse el bigote, y, oh, le había hecho caso.
Qué gran ilusión...
Me doy cuenta de que hay una persona nueva entre nosotras, e intento que me acompañe a las gradas, para satisfacer un poco mis ansias de hacer lo que me plazca y de paso, permitirle que me relate todo lo que le ha pasado hoy.
Al llegar a las que dan a la pista de baloncesto, me doy cuenta que él está allí.
No le mires, leñe, no le mires.
Intento escuchar atentamente las palabras que caen sobre mí, proveniendo de mi compañera; pero una y otra vez, no resisto a la tentación de torcer la cabeza y verle moverse de repente, o pararse y inclinarse sobre el muro de esa manera que me gusta tanto.
De repente, la campana suena.
Ninaninaninaninaaa
Él para de jugar, y baja de la cancha con lentitud. Sus ojos se tropiezan con los míos a la vez que le alcanza uno de sus amigos, que tiene un corte de pelo de monje, y que le susurra algo. Me vuelve a mirar, pero esta vez con intención.
Adivino que ése le ha comentado que ayer me pasé diez minutos siguiéndole en los pasillos...

Realmente, yo no puedo pedir nada. Los sucesos de cada día son tan intensos...

2 comentarios:

Zazish dijo...

Vaya, ¿crees que fue eso lo que le contó? Porque la verdad es que hay que tener poco tacto si lo dice delante de ti ¬ ¬ pero en fin.

Siento que mi comentario no sea... precisamente impresionante, pero ya sabes que soy un poco cutre para expresarme xD

Cristal dijo...

Prefiero un comentario cortito pero que comenta lo que he escrito que uno larguísimo que puede haber sido escrito para otra cosa...
Simplemente, gracias por pasarte por este blog^^.